AYUDA DEL CIELO


         La niña de piernas largas y huesudas, cabello crespo y mejillas cubiertas de pecas, volvía a casa en bicicleta.

         Distraída, pensaba en lo que habría hecho su mamá para la cena. Al girar la esquina, un coche surgió al lado, con dos jóvenes dentro.

         Ella pensó que se trataba de amigos de su hermano. El que estaba de lado del conductor sacó la cabeza hacia afuera de la ventana, en dirección a ella.

         Él tenía cabellos largos y se parecía con su hermano Michael.

         Él sonrió y preguntó si ella no deseaba que la llevaran a casa.

         No, gracias – respondió. – Vivo muy cerca, después de la esquina. Estoy casi llegando.

         Él insistió: Ven. Va a ser divertido. Ven a dar una vuelta con nosotros.

         Ella miró alrededor. No había nadie. Ningún coche pasando. La calle estaba vacía.

         Comenzó a sentir un malestar, pero no conseguía moverse. Parecía estar hipnotizada.

         En ese instante, una voz sonó en su oído. O, por lo menos, ella pensó que fuese en su oído.

         Corre! Corre!.

         Imágenes de su casa habían empezado a girar en la mente en la niña de 11 años.

         Despertó de la parálisis que el miedo le había provocado y pedaleó lo más rápido que pudo, en dirección a su casa.

         El coche se alejó en la dirección opuesta.

         Llegó a su casa con dolor de pecho, por haber dejado de respirar y haber pedaleado con tanta fuerza.

         Temblando todavía, corrió a los brazos de su madre, contando lo que había pasado.

         Desgraciadamente, como hacen muchos padres, ella no dio mayor importancia a aquello que fuera un intento de secuestro infantil.

         Pero el mando de aquella voz había salvado a la niña.

         El episodio la marcó profundamente. Más de veinte años pasaron, ella recuerda la escena con todos los detalles.

         Aquel día, ella recuerda haber prometido a sí misma que, al crecer, haría algo para proteger a los niños de agresores.

         No sabía como, pero estaba segura de que, un día, se dedicaría a esa causa.

         Pensó en ser abogada y juez, para distribuir sentencias severas a las personas que maltrataban a los niños.

         Adulta, ella ayudó a crear un sistema de alerta al rapto de niños en el Estado de Arizona, donde reside.

         Pero, la gran certeza que guarda del episodio, es que, en aquel día aterrorizante, a los 11 años de edad, había un ángel a su lado.

         El ángel, tanto la protegió en aquella tarde, dice ella misma, que la puso en el camino que debería seguir en la vida adulta.

         Trazando perfiles de criminales para la policía, auxiliando en la captura de raptores, ella se siente agradecida.

         Todavía más, cuando sus palabras pueden aliviar el dolor de los parientes de una víctima, quitando un peso de sus corazones.

* * *

         Pocos nos damos cuenta de cuanto somos protegidos. Eso porque la protección es sutil.

         Las ideas brotan como una intuición y casi siempre las creemos como las nuestras, como por ejemplo: Atraviesa la calle, sigue por aquel camino, mira atrás.

         A veces, el socorro es providenciado a través de la interferencia feliz de un pariente, amigo, o hasta un desconocido.

         Alguien que llega y nos sugiere algo. Alguien que pasa y nos socorre.

         Piense en ello y quédense atentos a la ayuda que los cielos les remiten todos los días, aprendiendo a oír con lucidez y sean agradecidos.

Texto de la Redacción de Momento Espírita con base en el cap. 3 del libro
“No hay que decir adiós”, de Allison Dubois, ed. Sexta.