Las hormigas

         Waldo miraba tuerto para el sentimentalismo de Chico. Y evitó hacer comentarios cuando supo como el compañero había cuidado de las hormigas de su patio. Por la noche, el batallón avanzaba sobre la huerta y devoraba verduras y legumbres plantadas para las sopas de los pobres. Los amigos ya tenían providenciado el veneno cuando Chico intentó el último recurso: dos dedos de charla.

         Él se debruzó sobre el hormiguero y empezó a hablar: ustedes necesitan ser más piadosas, más humanas. Están faltando con la caridad a su semejante. Están sacando El alimento de quien necesita, y no hay justificativa para tal procedimiento. Utilizó todos los argumentos posibles y hasta se dio al trabajo de sugerir un camino para las adversarias. Al lado de esta modesta huerta (y apuntó) hay un amplio terreno todo plantado con los más variados céspedes, una gran mata que la naturaleza puso a la disposición de todos. Cámbiense para allá y déjenos en paz. En contrario, si eso no ocurra dentro de tres días, tomaré providencias energéticas.

         En el día siguiente, restó sólo una hormiga, “la subversiva”, según Chico.

Trecho extraído del libro: Las vidas de Chico Xavier, de Marcel Souto Maior